Su silueta en el fondo del cerebro. Puños apretados esperando el regreso. El humo de su pelo impregnado en los sentidos. Inmovilizado, es como una droga.
Su piel suave me invita a perderme en su poder; recorrerla sin rumbo alguno, atraído e hipnotizado por su cuerpo. Sus ojos color café, que despabilan en cualquier momento, que se inyectan en el corazón. Una daga.
Perdido. Desprotegido. Con miedo. Con miedo a no poder controlar lo que me produce con su accionar. Con miedo a que ella se adueñe de mis sueños, de mis madrugadas e insomnios.
La trampa, sus abrazos. Sus pequeñas manos en mi espalda, su cabeza sobre mi pecho; sus latidos, cierran el trato. Me condenan.
Estático y acartonado, todo depende de sus besos, que con el más inminente contacto, me quiebran, me ponen de rodillas. Un escalofrío por la espina, el sudor en la frente, un mentón temblando, una sonrisa incontenible. Amor.